martes, 8 de octubre de 2013

Lampedusa: conmoverse, pero también actuar/I

Hay que conmoverse, por supuesto. Al menos 150 muertos y 200 desaparecidos, tal es el balance hasta el momento del naufragio de una embarcación frente a la ciudad italiana de Lampedusa con centenares de inmigrantes de África, en su mayoría de Somalia y Eritrea, que pagaron además un alto costo por el viaje al dueño de un barco.

El papa Francisco se indigna, la alcaldesa de Lampedusa bañada en lágrimas afirma que es necesario que esta tragedia se traduzca en imágenes porque de lo contrario nunca habrá existido, y el gobierno de Italia da la medida del drama al anunciar un día de duelo nacional.

El tiempo de la emoción es totalmente merecido para todas y todos los que murieron en el Mediterráneo en los últimos años, sin sepultura las más de las veces ni conmemoración, al menos 16 mil personas desde hace dos décadas, como también para los sobrevivientes que enfrentaron el horror de la travesía pero también las condiciones deplorables de la clandestinidad en la cual los gobiernos europeos han decidido encerrarlos.

Crear “clandestinos” ha sido una decisión de los Estados (que también pueden, en otro contexto, buscar cómo “regularizarlos”).

¿Cuánta conmoción hará falta para que dejen de emocionarse y comiencen a reflexionar en los dispositivos mortíferos que Europa aplica desde finales de la década de 1990 contra los inmigrantes para hacer la clasificación excluyente de los indeseables (ellos vienen sobre todo de los países llamados del “Sur”), rechazándolos con violencia o manteniéndolos en una clandestinidad que propicia la sobreexplotación de su trabajo?